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lunes, 23 de noviembre de 2015

MITOS Y LEYENDAS

Leyendas colombianas

Las Leyendas son una de las costumbres más importantes del pueblo colombiano. Hacen parte de la tradición oral de los pueblos que se encargaron de unir la fantasía con las creencias populares, el resultado fue una serie de cuentos que han ido evolucionando a través de los siglos.

El cura sin cabeza.

 Dicen que se trata del alma en pena de un sacerdote que mataron porque no se dejó robar la custodia llena de hostias consagradas y que luego apareció con una sotana tan blanca que resplandecía.

Muy mencionado  desde la época colonial, la mayoría de cronistas se referían a un cura o fraile que se aparecía a la medianoche y en el amanecer. En Medellín afirman que es el Padre Serna, fundador del convento de los Franciscanos.

El Sombrerón.

Su leyenda es tan antigua, que algunos lo consideran el espanto más viejo del departamento de Antioquia, en el noroeste de Colombia.
Es un hombre corpulento, que se hace acompañar de dos perros negros, agarrados por gruesas cadenas, y que monta una mula, también negra. Unos dicen que el sombrero lo cubre entero; otros, que no tanto: que bajos sus alas se puede ver que tiene una calavera por cabeza.
Poco habla la leyenda de su origen o sus motivos. Lo que se "sabe" es que sus intenciones son menos macabras que la fama que lo precede. Lo suyo es poner a correr a sus "víctimas". El Sombrerón es un asustador profesional.
Fue famoso en Medellín en 1837 cuando recorría todas sus calles vestido de ruana negra, sombrero grande y montado en una mula negra. Perseguía a los borrachos y trasnochadores diciéndoles: "si te alcanzo te pongo este sombrero". Aparecía los viernes de cuaresma y cabalgaba con un par de perros encadenados. El Sombrerón fue el espanto propio de Medellín.


La Llorona

Entre los cafetales y los yarumos, en las noches de luna llena, se escucha el grito de la Llorona. De rostro cadavérico, cubierta de harapos pringados por la lluvia y el sol, la Llorona alguna vez fue una mujer hermosa de ojos audaces que enloquecía a los hombres de los pueblos. Ahora, desprovista de esplendor, deambula sin sosiego por las veredas, atormentada por la culpa del crimen y los delirios de una madre que cree llevar entre los brazos a un niño imposible.
Jamás cesa en su canto fúnebre; aunque, intente olvidarlo, atraída por el silencio de las cañadas, por el tejido invisible de las mariposas en el aire de los ríos. Algunas noches, incluso lo intenta, rodando las ventanas de las aldeas. Allí se detiene, perdida en el dolor y la sombra, mientras escucha las guitarras, las voces que con aroma de aguardiente y tabaco ahuyentan el alba.
Tiene cualidad de espejismo. Algunos, la han contemplado con el lamento infanticida, bella como antes del maleficio. Otros, con el rostro de calavera, los ojos ardientes, el pelo alborotado y el quejido que sacude la montaña. Cualquiera que sea la aparición, nadie desea ver a la Llorona. Basta con reconocer el olor, el grito desesperado, para saber que algo terrible se esconde en la maleza.


La Patasola.

Enemiga de los hombres, acosada por una culpa antigua, poseída del horror de su propia apariencia, jamás se detiene en su vértigo de odio y espanto. Allí va con los ojos tortuosos y lejanos y el cabello enredado de lianas. Dando saltos con la pata de oso desaparece de la espesura.
Compañera de los tigres y las arañas, trasnochada por la pena de un amor desorbitado, la Patasola odia el agua, los cielos azules y la salida del sol. Su reino pertenece a los crepúsculos y a las noches tenebrosas de los montes. Aunque algunas veces, cuando olvida el dolor, canta o espera la aparición de la luna sobre el copo de los árboles.
Tiene el poder de la metamorfosis: cambia de mujer horrible, de dientes felinos y ojos abultados a muchacha bella, insinuante como un espejismo entre los árboles. Así atrae a los hombres y a los caminantes desprevenidos. Así los devora totalmente en la selva.

La Madremonte

Toda vestida de hojas y de líquenes, vive en la profundidad de los bosques. La cabellera, víctima de soles y lunas, le oculta el rostro. Ese es su enigma: podemos escuchar el grito de fiera entre los árboles, ver la silueta que se pierde en la espesura, pero nadie ha visto nunca su rostro cubierto de musgo y sombra.
La Madremonte ama las grandes piedras de los ríos, construye sus aposentos en los nacimientos de las quebradas, se distrae con el silbido de las mirlas y los azulejos. Algunos han creído escucharla cuando imita el canto de los grillos en las tardes de verano y cuando persigue las luciérnagas en las noches sin luna.
Como vigilante de las selvas, la Madremonte cuida que no desaparezca la lluvia y el viento, orienta los periodos de celo de los animales del monte, grita de dolor cuando cae alguna criatura de su dominio. Por eso, odia a los leñadores y persigue a los cazadores: a todos aquellos que violan los recintos secretos de las montañas.
Cuando la Madremonte está poseída de furia, se transforma: los ojos despiden candela y con las manos de puro hueso, se agita de rabia entre los matorrales. Se desencadenan entonces, los vientos y las tormentas. Los ríos y las quebradas traen inundaciones, arrasan las cosechas y el ganado. Todo parece como si se anunciara el estremecimiento de la tierra y los astros.

El Patetarro

Se dice de aquel hombre quien carga solo un pie pues el otro lo tiene podrido porque tiene un tarro de guadua, el cual se dice tiene un espantoso olor que daña las cosechas, además tiene un líquido blanco que sale del tarro el cual deja regado por donde él va pasando, la presencia de él se traduce a inundaciones y más desastres naturales, se dice que aparece en entidad masculina o femenina, cuando termina sus fechorías hace una risa y unos gritos perversos, se dice que aparece en Antioquia pero también en el Choco entre los mineros.


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